MARCELINO, PAN Y VINO, UNA PELÍCULA MAGISTRAL


 

Por los años cincuenta, el cine español asombraba al mundo con la película “Marcelino Pan y vino”. Una obra maestra que recibió el Oso de plata en el Festival de Berlín, además de una mención especial en el de Cannes, resultado del magnífico guion de José María Sánchez-Silva –único español galardonado con el premio Andersen, el Nobel de literatura infantil–, pero sobre todo por la excelente dirección de Ladislao Vajda y la increíble interpretación del niño Pablito Calvo. Para completar lo puramente fílmico, la música fue encargada a Pablo Sorozábal, uno de los más destacados compositores españoles del siglo XX.  

Realmente, esta película es cine puro. Sobre un cuentecico armoniosamente contado, lo que predomina es un juego magistral de la luz sobre muchos primeros planos que nos descubren las múltiples miradas de un niño. La excelencia de esta película no solo se comprueba con las críticas de los más destacados cineastas europeos de entonces, sino del público en general, que la convirtieron en un extraordinario éxito comercial.

Volver a ver esta película es un disfrute que nos lleva a revivir las emociones que sentimos los que éramos niños en aquellos años cincuenta. Pero ahora, al analizarla con los conocimientos que hemos adquirido en nuestra vida, descubrimos profundos mensajes filosóficos que surgen del film.

Hemos leído en Juan Luis Vives que se aprende a amar aprendiendo a mirar, y ese es, precisamente, el mensaje que predomina en la película, pero nuestras miradas suelen estar llenas de prejuicios que dificultan el conocimiento de lo que se ve, mientras que las miradas limpias de un niño son las que verdaderamente ven. Por eso pienso yo que le faltaron a Vives unas palabras para rematar su pensamiento: se aprende a amar aprendiendo a mirar, “pero como lo hace un niño”

La película Marcelino, pan y vino es una obra magistral que evidencia la significativa aportación de la cinematografía española a la universal.

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