NOVEDADES QUE NOS DESTRUYEN *

 

Finca "La Orden" en las Vegas del Guadiana (Extremadura) 

Una de las características de los humanos es vivir según la moda, esa forma que tenemos de pensar o actuar por la única razón de que “se lleva”. De lo oportunas o inadecuadas que sean nos damos cuenta cuando ya han pasado, como esa tan disparatada de cojear, muchas veces aparecida en la historia, con la ingenua convicción de que los que cojean provocan una cierta admiración social, intelectual y hasta sexual. 

Modelo de cojo ilustre fue el conde de Romanones, celebridad cuya vida estuvo llena de ocurrencias, alguna de ellas tan ingeniosa como una que cuentan referida a la política, cuando los candidatos a diputados compraban los votos de los electores:

–Señor conde –le decía su administrador– estas elecciones van a salir más caras porque las dos pesetas por voto que pagábamos ya no son suficientes. El señor marqués se nos ha adelantado y ha comprado el voto a tres pesetas.

–No te preocupes –respondía el conde– Dale a cada uno un duro (tenía un valor de cinco pesetas) y que te entreguen las tres pesetas que les ha dado el marqués.

Esta anécdota es todo un ejemplo que podría explicarnos por qué la picaresca, más que un género literario, es una forma de vivir de muchos españoles.

Otro paticojo histórico imitado por los europeos fue el francés Talleyrand.  Obispo sacrílego y transformista ideológico, consiguió ser ministro, sucesivamente, en la monarquía de Luis XVI, la Revolución francesa, el Consulado, el Imperio napoleónico y la restauración monárquica. Un golfo de la política que, inexplicablemente, por su manera de andar, tenía una extraordinaria capacidad de influir en los demás, hasta tal punto que en Europa lo conocían como “le Diable Boiteux” –el diablo cojo–.

Aunque quizá el cojo más admirado e imitado por los europeos haya sido el inglés Lord Byron, que con sus galanterías subyugaba a las señoras de cualquier edad, temperamento o puritanismo. Y no solo enamoraba a las señoras, porque se decía que hasta las hembras de algunas especies animales se sentían cautivadas por sus gestos.

La mayoría de las modas suelen ser efímeras y sin trascendencia, pero otras, en cambio, además de ser perniciosas han conseguido enraizarse, como la manía de aspirar el humo de cigarros de tabaco, costumbre que comenzó hace ya más de quinientos años y que todavía continúa.

Ahora, como una nueva moda, determinadas instituciones culturales están pregonando que la agricultura es una tecnología contaminante de los ecosistemas y destructora de la naturaleza. Desde el mundo del pensamiento, el profesor judío Harari ha escrito en su libro “Sapiens”: «La Revolución agrícola fue un fraude. Hace unos diez mil años llevábamos una vida bastante cómoda y, en un par de milenios, no hacíamos otra cosa que cuidar de la cosecha de sol a sol». Esta afirmación tan disparatada carecería de importancia si no fuera porque su libro está traducido a más de treinta idiomas y, según “El País”, en 2018 se habían vendido más de 15 millones de ejemplares, siendo recomendable por personalidades como Bill Gates, Mark Zuckerberg y Barack Obama.

En el ámbito de la ciencia también están surgiendo publicaciones demonizando la agricultura. Recientemente, se ha editado un estudio realizado en la universidad de Sussex (Reino Unido) en el cual se afirma que los insectos del planeta están desapareciendo debido a las prácticas agropecuarias, por lo que aconsejan –palabras textuales–: «devolver al estado natural buena parte de los millones de hectáreas dedicadas a la agroganadería, y suprimir los pesticidas y los fertilizantes industriales, entre otras drásticas medidas»

Hay muchas razones científicas para cuestionar el rigor de ese pronóstico sobre las poblaciones de insectos. Por otra parte, la invitación de algunos filósofos a que regresemos al paraíso de los neandertales no deja de ser un cuentecico sin otro interés que el literario. Pero esas opiniones se están imponiendo como moda en sectores de opinión que presumen de progresía, grupos que están avalados por lobbies y partidos con suficiente poder para propiciar leyes que no solo están dificultando el desarrollo de la agroganadería, sino que la están reduciendo. Holanda acaba de aprobar para el próximo año una partida presupuestaria muy importante con el fin de cerrar 3.000 granjas, cuyos propietarios pueden recibir hasta un 120% de su valor con la condición de que se comprometan a no iniciar la misma actividad en otros lugares de los Países Bajos o dentro de la UE. Unas medidas que van justo en contra de las previsiones y recomendaciones que hace la FAO, al advertir que la producción agrícola en todo el mundo tendrá que aumentar en un 70 % para alimentar a una población mundial que se espera alcance los 9.100 millones en el 2050.

La reducción de las partidas presupuestarias dedicadas a la agricultura en la UE es continua desde los años noventa del pasado siglo.  Hace 30 años, la UE destinaba el 75% de su presupuesto a la PAC, mientras que ahora esas partidas se han reducido al 40%, y se nos ha anunciado que el objetivo es llegar al 20%. El efecto de esa política ya lo estamos comprobando con el encarecimiento del precio de los alimentos, pero en regiones como Extremadura, donde el sector agropecuario es la base de su economía, los resultados serán calamitosos, a no ser que se haya decidido que esta Comunidad sea un inmenso Parque Natural y la mayoría de sus habitantes estén exclusivamente dedicados a cuidarlo.

El mes pasado, Ramón de Arcos presentó en el centro cultural de Badajoz, “El hospital”, una magnífica exposición pictórica donde argumentaba, con esas razones sutilísimas que tiene el arte para convencernos, de que en la agricultura, además de tecnología, hay belleza, y de que las Vegas del Guadiana y Tajo son, además de nuestra principal fuente de riqueza, un inmenso jardín, probablemente el más grande jardín de Europa que, además de ser útil por su producción de alimentos es una unidad paisajística con tal hermosura que podría tener atractivo turístico.

La mejora de la agricultura para hacerla más eficaz y respetuosa con el medioambiente debería ser una convicción propia de cualquier persona sensibilizada con el verdadero progreso de la humanidad, pero presumir de progresía por pregonar discursos de que la agricultura, sin más, atenta contra la Naturaleza, es una moda cuyas consecuencias pueden ser catastróficas para Extremadura, principalmente para los enclaves del mundo rural más desfavorecidos.

Dice mi amigo Luis “el Cabrero”, un iletrado hombre de campo, pero con una sabiduría reverencial, que él no puede opinar mucho sobre estas cuestiones, pero recuerda muy bien que cuando era pequeño y no había abonos ni insecticidas industriales, las frutas de la huerta del pueblo solo se las comían el cura y el marqués, y está casi seguro que es lo que volverá a ocurrir si esos productos se prohíben.

(*) Artículo publicado por José Del Moral de la Vega en en el periódico “HOY” el 8 de junio de 2023

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