Las quisquillas o camarones
poseen una cubierta riquísima en quitina que está constituida por glucosamina,
con la cual los humanos fabricamos el colágeno de la piel, huesos y tendones.
Al ser estos crustáceos muy pequeños, se ingieren enteros, por lo cual son un alimento
extraordinario para mantener sanos nuestra piel, huesos y tendones, y prevenir la artrosis.
Por los años cincuenta-sesenta, cuando
llegaba la feria de mi pueblo (Vva. de la
Reina) se producía una alegría súbita y colectiva que inducía a gastar en
golosinas y diversión los ahorros de todo un año. Los que tenían más dinero
tomaban mariscos con cerveza, y los niños nos conformábamos con unos
cartuchitos de camarones o quisquillas que costaban una peseta –la ciento
sesenta y seisava parte de un euro–. Lo que entonces no sabíamos era el tesoro
que escondían aquellos cartuchitos comprados con una peseta.
El colágeno es la proteína con la
que los animales fabrican y reparan el cartílago de la piel, huesos, tendones y
ligamentos, y está constituido, entre otras moléculas, por glucosamina. La
falta o deterioro de colágeno produce envejecimiento y dolores articulares,
consecuencia de lo que se conoce como artrosis, fenómeno que se exalta con la
senectud En los países más desarrollados
se alarga la esperanza de vida y, consecuentemente, se aumenta el porcentaje de
personas con artrosis, enfermedad que se suele mitigar mediante
antiinflamatorios y analgésicos.
Recientemente se ha comprobado
que las personas que consumen la cubierta de los crustáceos no suelen tener
artrosis, la razón está en que esa cubierta está constituida por grandes
cantidades de glucosamina, con la que nosotros fabricamos el colágeno –Los niños
que no teníamos mucho dinero y comprábamos camarones o quisquillas, al comerlos
enteros, estábamos ingiriendo glucosamina con la que fabricábamos colágeno para
nuestra piel, huesos y tendones–.
Algunas veces, oímos opinar malévolamente
que la Virgen siempre se aparece a los niños, los campesinos o los indigentes;
pero qué casualidad, en mi pueblo, los niños comíamos camarones –el marisco más
valioso contra la artrosis–, los campesinos almorzaban con arenques –uno de los
alimentos más ricos en omega 3– y los más pobres guisaban las patatas con las
colas de bacalao que nadie quería –según Ferrán Adriá, estas colas son la alhaja
de los pescados–.
¿Podremos saber algún día por qué
los más pobres son, al final, los más ricos, y los más ignorantes, los más
sabios? Y es que el hombre, como dice mi amigo el profesor José Lorite, es un
animal paradójico.
Imagen y texto
originales de José Del Moral De la Vega
Comentarios
Publicar un comentario