LOS RITOS ESTÁN EN LA BASE DE LO QUE NOS HERMANA

 

Cuando yo era pequeño y subía con otros niños al “Cerro Santana” de mi pueblo –Villanueva de la Reina–,  me parecía inexplicable que desde un lugar tan alejado de las casas,  por su altura, yo pudiera oír con bastante claridad la conversación de dos mujeres que barrían sus puertas, o la queja de un ferroviario por el retraso que traía el tren talguillo, o a Basilio arreando sus borricos cargados de arena…Luego, cuando estudié algunos principios de Física comprendí que la razón de ello tenía mucho que ver con la forma de las calles del pueblo y de sus casas, estructuras singulares que modifican la manera con que incide el sol y la circulación del aire, y por lo cual sus habitantes sienten los sonidos, la luz, los olores… de una forma especial, una atmósfera que va impregnando sus vidas e influye en su forma de vivir, trabajar, cantar, rezar o, lo que es lo mismo, su cultura. Una influencia tan potente que ella se atornilla al alma y, un buen día, espontáneamente, atendiendo solo a los estímulos del ambiente con los que se creó, revive en nosotros.

Hoy, domingo de Resurrección, mientras recogía la mesa después de comer, sin motivo aparente alguno, me he sorprendido a mí mismo canturreando “Morenita y pequeñita”, la canción dedicada a la Virgen de la Cabeza con la que cada año, por la tarde de ese día, desde tiempo inmemorial, el pueblo entero se echa a la calle para venerar con alegría a la Virgen.

Actualmente, la ciencia nos permite conocer bastante bien el desarrollo de esos fenómenos con los cuales sentimos emociones que nos recuerdan vivamente la comunidad a la que pertenecemos y que, inexplicablemente, generan sentimientos de hermanamiento.  El mecanismo de tales vivencias lo desentraña muy bien la antropología, pero la razón de esa hermandad súbita entre tantos y tan distintos, solo nos la pueden dar los poetas, la metafísica o, quizá mejor, la religión


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