El pasado año fue publicado el libro “Dios, la ciencia, las pruebas” compuesto por un científico y un teólogo franceses y prologado por el premio Nobel de física Robert W. Wilson. Su interés es reflexionar sobre la idea de un Dios creador en relación con los conocimientos científicos actuales, para lo cual, además de diversos argumentos, utilizan las opiniones de cien científicos.
A lo largo de la historia los hombres se han aproximado a la idea de Dios desde la lógica, como Aristóteles, desde ideas sutilísimas, como Spinoza, desde la ciencia, como Heisenberg o desde la mística, como San Juan de la Cruz, y ese referente es el que a mí siempre me ha gustado, probablemente por haber pasado cientos de veces, cuando yo estudiaba en Úbeda, por delante de un monumento de San Juan que hay en esa ciudad en el cual se lee un fragmento de uno de sus poemas:
Mil gracias derramando/ pasó por estos sotos con presura/ y yéndolos mirando/ con sola su figura/ vestidos los dejó de hermosura.
Una propuesta que invita a admirar lo que nos rodea en la seguridad de que ahí está Dios. Desde entonces comprendí que la mejor forma de sentirlo es contemplar y nada más: contemplar la sonrisa de un niño, el beso de una madre, el abrazo de un amigo, el ruido de una fuente, el vuelo de una libélula, la audición de un concierto…
No hace mucho, navegando por Internet descubrí un concierto en el auditorio Manuel de Falla, de Granada. Un coro de la Universidad, junto a otro de Venezuela, interpretaban la composición que el extremeño Juan Alfonso García hizo del poemita de Antonio Machado “Señor, me cansa la vida”, una obra que más que un poema es una oración:
Señor, me cansa la vida/ tengo la garganta ronca/ de gritar sobre los mares/ la voz de la mar me asorda/ Señor, me cansa la vida/ y el universo me ahoga/ Señor, me dejaste solo/ solo, con el mar a solas/ O tú y yo jugando estamos/ al escondite, Señor/ o la voz con que te llamo/ es tu voz/ Por todas partes te busco/ sin encontrarte jamás/ y en todas partes te encuentro/ sólo por irte a buscar.
Al concluir el concierto, realmente sublime, yo tenía los ojos húmedos y el vello erizado. Entonces me acordé de lo que afirmaba Heisenberg, probablemente la mente más privilegiada del pasado siglo, sobre su forma de sentir a Dios: El primer sorbo de la copa de la ciencia te vuelve ateo, pero en el fondo del vaso, Dios te está esperando.
No tengo yo duda sobre la creencia y el sentimiento de este científico, pero estoy seguro de que si hubiera oído este concierto, habría cambiado las “copas de ciencia” por un poema cantado como este.
Qué bonito y relajante el concierto. El texto, sublime. Y la mezcla una gozada
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