En 1958, en un pueblecito de Andalucía
(Villanueva de la Reina), un grupo de jóvenes provistos de botijos se disponen
a formar un corro para echárselo unos a otros, juego que se hacía por San Blas,
en un tiempo en el que se cantaban canciones carnavaleras –Y verás y verás y
verás/ lo que a ti te va a pasar/ que por tonta y orgullosa el novio te va a
dejar/...–
Entre los jóvenes de algunos pueblos de
Andalucía y Extremadura existía, hasta no hace mucho, un juego consistente en que
estos formaban un corro y se pasaban un
botijo de unos a otros hasta que a alguno de ellos se le caía y se
rompía, lo que motivaba que a este se le ridiculizara.
En la España rural del pasado siglo
todo se reutilizaba: las cajas de zapatos servían para enviar paquetes al
familiar que estaba fuera; la piel del conejo de la comida del día de fiesta,
para cambiarlo en el trapero por un polo; las botellas de “Anís del Mono”, para
llenarlas de vino y consumirlo guiados por el número de cuadraditos, etc. Era
una época de pobreza y ella lo marcaba todo. ¿Pero para qué se guardaban los
botijos que no iban a poder ser utilizados más?, para nada, aunque antes que
tirarlos se jugaba con ellos hasta que se rompían, porque probablemente la
esencia del comportamiento del ahorro está en nuestro DNA, es herencia
darwiniana, diría Mark Nelissen: “el que guarda sobrevive”. Actualmente,
nuestra cultura está definida por lo efímero, y la riqueza crece más mientras
más consumimos, mientras más derrochamos. Desde un punto de vista moral, esto
es una falta que nos conduce al “infierno”, desde un punto de vista científico
esto es una aberración contra las leyes de la termodinámica que solo nos puede
llevar a la desaparición de la especie.
Texto e imagen de josé del moral de la vega.
Muy interesante Pepe. gracias por seguirnos ilustrando
ResponderEliminarUn saludo
Manuela Martín Sánchez
Me alegra que te guste.
ResponderEliminarPepe