Las inflorescencias de los cardos son muy atractivas para los insectos
En el pueblo cambiaban
muchas cosas por el tiempo en que se empezaba a segar el trigo: el cine de
verano iniciaba sus funciones; Cavila y el Carchelejeño sacaban a la plaza sus puestos
de helado –¡al rico helado mantecado! ¡corte de fresa, nata y chocolate!...–;
Benito, con su carrillo de mano, vendía polos por las calles todas las siestas,
y los domingos por la noche la banda de música daba conciertos delante de la
iglesia. Para los chiquillos, lo más importante era que teníamos vacaciones hasta
septiembre, y sin las ataduras de la escuela andábamos todo el tiempo holgazaneando
por las plazas o sus alrededores.
En las lindes de las eras
donde se barcinaban las habas, se aventaba el trigo y se trillaban los
garbanzos, cuando casi todo en el campo se había secado, aparecían unos cardos con
flores de color purpúrea sobre las cuales se posaban unos abejorros grandes y
con cuatro manchas amarillas muy vistosas. Aquellos insectos, por su tamaño y
color, eran muy atractivos para ser capturados por los niños, operación que hacíamos
mediante un pañuelo cuando alguno de ellos se posaba sobre un cardo cercano a
nosotros. Había que tener mucho cuidado con aquella caza porque el abejorro
posee un aguijón que, si te lo clavaba, sentías más dolor que el que provocan
las avispas.
Una vez el insecto en
nuestro poder, en el estrechamiento que posee entre el tórax y el abdomen atábamos
un hilo largo a cuyo extremo habíamos pegado un pequeño papelito. Cuando teníamos
la certeza de que el hilo estaba bien atado lo soltábamos, y el potente
abejorro levantaba el vuelo arrastrando el hilo con el papel. A partir de
entonces, la imaginación creaba mil y una fantasías y sentías vivamente estar
dirigiendo un avión de verdad: ¡Mira el mío cómo se eleva! –gritabas. –¡Este es
más rápido! –replicaba tu amigo. –¡Yo tengo ya tres! –contestaba otro. –Es posible que en una fábrica de aviones no
hubiera tanta tensión como la que se generaba entre aquellos niños con sus
abejorros–
Al poco tiempo los insectos,
fatigados, caían al suelo, momento en que aprovechábamos para guardarlos dentro
de una caja de cerillas, teniendo buen cuidado de quedar a salvo de su terrible
aguijón.
Alrededor de estos artrópodos
(Megascolia maculata flavifrons Fabricius)
existe una extraordinaria complejidad biológica: el cardo sobre el que suelen
posarse los abejorros para alimentarse de polen tiene unas extraordinarias
cualidades medicinales y está considerado el mejor protector del hígado, siendo
muy útil contra muchas intoxicaciones, incluidas las de alcohol y drogas,
cualidades que son atribuidas a un privilegio de la Virgen María a partir de un
día en que daba de mamar a Jesús y cayó sobre la planta una gota de leche. Esa
es la razón de que las hojas de esta planta posean manchas blancas y que popularmente
sea conocido como “Cardo mariano” (Silybum
marianum L.). El abejorro (M.
maculata flavifrons) que se alimenta de su polen está considerado el mayor
de los himenópteros de la Península Ibérica y tiene entre sus funciones la de parasitar
las larvas de algunos coleópteros, como las de “Gallinica ciega” (Melolontha
melolonta L) –muy abundantes en los estercoleros cercanos a las eras que
había en mi pueblo–; para ello clava el aguijón en la larva, a fin de
inmovilizarla, y deposita un huevo en su interior, del cual eclosionará una
larva de abejorro que se alimentará del cuerpo de la Gallinica. Pero como estos
abejorros son grandes y vistosos constituyen unas presas muy apetitosas para
los abejarucos (Merops apiaster L), unos
pájaros de colores vivísimos que se alimentan de himenópteros –en mi pueblo son
muy frecuentes sus nidos, que fabrican en las terrazas sobre el Guadalquivir–.
Este es un proceso
complicado e interesante del cual la biología nos informa sobre su desarrollo, aunque
nada nos dice sobre su intencionalidad. Ahora, al recordar aquellos años en que
los niños jugábamos con los abejorros, no puedo dejar de preguntarme: ¿y si el
sentido de tanta complejidad fuera conseguir la felicidad de unos niños fantaseando
ser ingenieros?
El himenóptero Megascolia maculata flavifrons, caracterizado por sus
manchas amarillas, está considerado el mayor himenóptero de la Península
Ibérica.
Texto y figura de José Del
Moral De la Vega (la imagen del abejorro
está bajada de Internet)
Hola, José:
ResponderEliminarPor una feliz coincidencia yo también jugué con los abejorros que, por aquí son los mismos, al igual que los cardos que adornaban los campos de mi pueblo natal con sus llamativos colores.
Tu entrada me ha trasportado hasta aquella feliz niñez, ya tan lejana.
Un abrazo, estimado amigo.
¡Qué coincidencia tan bonita!Ejemplo vivo de una misma cultura capaz de definir a niños alejados entre sí miles de km.
ResponderEliminarA propósito, ese post es parte de un libro de antropología que hemos empezado en mi pueblo y desearía conocer el nombre del tuyo para hacer un comentario en el texto.
Un abrazo