Cuando en el campo se araba con yuntas de mulos, los labradores andaluces, por Vva. de la Reina, animaban el trabajo con un cante difícil y bellísimo, llamado “mulera”, un palo del flamenco donde, como en la nana o el martinete, no hay más que la voz del que canta.
Cuando la tierra se labraba con yuntas de mulos, a los “lejíos” del pueblo por donde jugábamos los niños llegaban, desde la Campiña, los cantes con que los labradores entretenían su labor. Esos cantes se llaman muleras, y como otros palos del flamenco, el cantaor no puede ayudarse de más instrumento que los ruidos del trabajo –el hombre, la tierra, el arado, los mulos, los arreos…–. Una muestra musical de la pureza –voz, sentimiento y naturaleza– que surge en el mundo rural y donde descubrimos que, precisamente, en lo sencillo es donde se esconde lo valioso.
Los vinos de la Tierra de Extremadura son un ejemplo más de esa sencillez que, aparentemente, muestran las cosas valiosas del mundo rural, y cuando los bebo no puedo evitar el recuerdo de una de las muleras que yo oía cuando niño:
El vino de mi tierra
es bronco al primer tiento,
pero al siguiente
suave y jugoso como tu aliento.
Vino joven de la Tierra de Extremadura
Imágenes y texto de José Del Moral De la Vega
Querido José, siempre que te escucho contarnos esas anécdotas de cuando eras pequeño, me llevas a vivir la belleza del momento, como hoy, entre los cantos de los campesinos y el aroma de una buena copa de vino.
ResponderEliminarGracias por este hermoso relato y por la fotografía, excelente, por cierto.
Un abrazo grande.
Muchas gracias por tu visita, Angélica.
ResponderEliminarRealmente, lo que he pretendido con ese post es constatar que un trago de vino es siempre algo más que una bebida o un alimento.
Un abrazo
Hola, José:
ResponderEliminarLos recuerdos de las costumbre campesinas traen gratas añoranzas, por aquí se araba con yuntas de bueyes y también se cantaban coplas al son del trabajo.
Un buen vaso de vino nunca está de más... ¡Salud!
Abrazos.
P.D. Aunque no tan frondosas como las de allá, por aquí crecen algunas encinas o encinos, como los nombramos en estas tierras.
Bueno, yo diría más, Rafael.
ResponderEliminar¡Un vaso de vino no puede faltar!
Te recuerdo este acertadísimo decir del padre del español, Gonzalo de Berceo:
Quiero fer una prosa en román paladino,
en cual suele el pueblo fablar con so vezino;
ca non so tan letrado por fer otro latino.
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.
Un abrazo
Precioso recuerdo y relato...
ResponderEliminaraquí dejo un fragmento de un poema de Antonio Machado "He andado muchos caminos" del libro Soledades
.....
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan a dónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.
Un abrazo.. :))
¡Don Antonio Machado!
ResponderEliminarPara mí es algo más que un poeta, Mila.
Cuando yo estudiaba en Úbeda, algunas tardes de los jueves nos llevaban a Baeza por el mismo camino que solía utilizar el poeta para pasear de una a otra ciudad. Y paseando por allí declamábamos algunos de sus poemas.
Te aseguro que aquello era como entrar en un mundo mágico, y cuando ahora releo sus poemas vuelvo a sentir aquella emoción de cuando yo era un adolescente.
Muchas gracias por transportarme a aquel mundo.
Un abrazo
Es enriquecedor, más sabroso un vino cuando lo presentas de manera tan maravillosa, como lo es mediante vivencias personales.
ResponderEliminarUn deleite Pepe. Saludos.
Es cierto, Beatriz, los vinos tienen alma, que es su historia, y si la conoces, al beberlos el disfrute es inmenso.
ResponderEliminarUn abrazo