Esta es de las pocas novelas que he leído más de una vez. La primera tenía yo trece años, uno más que el protagonista de la historia. La segunda, no lo recuerdo, probablemente dos o tres más. Y volví a ella, no por el placer de la relectura, sino buscando auxilio. No es exageración, lo escribo en serio. Ahora que lo pienso, siempre que he sentido la necesidad de volver a leer un libro ha sido por esa razón. Mis relecturas han estado motivadas, no tanto por el deseo de revivir las emociones que me produjeron esas historias, como por la necesidad de revivir el ambiente, las sensaciones, el estado de ánimo en que me encontraba al leerlas por vez primera. Eso es imposible, pero no por ello el recurso deja de funcionar. Lo hace, y uno vuelve a sentirse a tono con su vida presente. Por eso, aunque hayan pasado más de treinta años y seguramente no haya una tercera relectura, le estoy muy agradecido a Jack el Oso por existir −no solo Jack el Oso, también su padre, su hermano Danny, Dexter, la larguirucha y sexy Karen Morris y el resto de los personajes más o menos secundarios de esta historia−, aunque solo existan en la ficción, que es otra manera de existir. Y agradezco a Dan McCall que haya escrito esta preciosa novela. Y recomiendo su lectura a todos aquellos que disfruten con las buenas historias, tengan la edad que tengan. Lo digo porque, aunque cualquier adolescente podría leerla sin dificultad, y engancharse en ella, como yo lo hice, Jack el Oso no es una novela pensada para el público juvenil. Así que, si alguno, al leer la sinopsis, piensa que las vicisitudes de un adolescente norteamericano de los años setenta huérfano de madre, que vive con su encantador pero agobiado padre, presentador de televisión en horas bajas, y con su hermano pequeño Danny en un barrio residencial de Oakland, California, como que, así de entrada, no le interesan, yo le diría que le dé una oportunidad a esta novela. Que simplemente empiece a leer. Es posible que se sorprenda enganchado en su lectura. No lo sé. Como he dicho, es una posibilidad. Una posibilidad muy agradable.

Diego del Moral Martínez

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