A quienes sufran la nostalgia del fin del verano, les diría que no vieran esta película. Que esperen a que esté más cerca el que viene. Yo al menos, no soy partidario de alargar artificialmente una felicidad que la luz en declive y el aire cada vez más frío te dicen que ha terminado. Y esta película, inevitablemente, a la vez que te lleva de vuelta al verano −da igual que sea el verano de Louisiana hace setenta años− te recuerda que ha terminado. Pero quienes os consideréis inmunes a estas estupideces, vedla. Como toda buena película −y esta es preciosa, de las más bonitas que he visto, empezando por su título original: The Man in the Moon−, es “talla única”, se ajusta a todos los corazones y a todas las inteligencias. O −seamos realistas− a casi todos.

Diego del Moral Martínez

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