"En el futuro habrá, posiblemente, una profesión que se llamará oyente. A cambio de pago, el oyente escuchará a otro atendiendo a lo que dice. Acudiremos al oyente porque, aparte de él, apenas quedará nadie más que nos escuche. Hoy perdemos cada vez más la capacidad de escuchar (…). Escuchar es un prestar, un dar, un don. Es lo único que le ayuda al otro a hablar."
Byung-Chul Han. La expulsión de lo distinto (2017).
“No se puede mantener un verdadero diálogo con otra persona sin amarla, saliéndose de uno mismo. Oír es barato, escuchar costoso. Para oír basta el tímpano, para escuchar el corazón. Y no parecemos estar muy dispuestos a emplearlo y repartirlo.”
José Luis Martín Descalzo. Un mundo de sordos voluntarios. Razones para la alegría (2001)
Sospecho que pocos estarán en desacuerdo con el filósofo coreano y con el jesuita español… Pienso que la mayoría, la mayoría de las veces, confundimos el escuchar con un simple darnos por enterados. Pero escuchar es, evidentemente, más que eso. Por lo pronto, es atender a lo que otra persona nos está contando. Da igual que le hayamos entendido a la primera o, como suele suceder, nos hayamos figurado lo que quiere decir. Escuchar. Y seguir escuchando, sin acuciar a nuestro interlocutor para que acabe rápido, respetando su ritmo, reservando nuestra respuesta para cuando nos toque, si es que nos toca. Porque lo que en realidad queremos todos es que nos escuchen, saber que nos están escuchando. Esa es la verdadera respuesta que todos esperamos, y que raramente recibimos. Pues rara vez la damos. Lo más que hacemos es despachar. Después de oír, distraída, superficialmente, a veces con impaciencia o irritación, a veces −y esta es de las actitudes más odiosas, disuasoria de cualquier confianza− con ironía o condescendencia a nuestro interlocutor, le despachamos nuestra respuesta, la que teníamos preparada desde que comenzó a hablar −a veces, desde antes−, o la que se nos ha ocurrido sobre la marcha. Da igual. Porque esa persona no es nuestra respuesta lo que quiere, ni lo que necesita. Lo que necesita es que le escuchemos. Pero a veces ni siquiera le prestamos atención. Ni de algo tan modesto somos capaces. Con más o menos educación, con más o menos tacto, nos quitamos de encima al pelma. A veces, sin ningún tacto. Porque, efectivamente, quizá fuera un pelma. Pero, ¿quién no tiene algo de pelma, de cansino, de irritante? Basta con cargar con alguna preocupación para, al menor descuido, convertirnos en pelmas ante el primero que se nos cruce. ¿Y quién no ha soltado nunca una obviedad, una trivialidad, un comentario entendido sobre algo de lo que no entiende nada? No solo las barras de los bares, como suele pensarse, el mundo intelectual y el artístico, y hasta el científico están llenos de estos “entendidos”.
Todos tenemos la necesidad vital de compartir con los demás, en especial con los más cercanos, lo que nos interesa, lo que nos conmueve, lo que nos preocupa, lo que nos duele. Y, si sabemos que esto es así, ¿por qué no empezar por escuchar? Escuchar de verdad. No despachar. Escuchar. Quizá también así aprendiéramos a comunicarnos mejor, a ser menos cansinos y egoístas, a tomar a nuestro prójimo, sobre todo al más cercano, no como a un mero oyente, o como una bacinilla en la que vomitar nuestras angustias y obsesiones, sino como un interlocutor, es decir, alguien que merece la misma atención, si no más, que nosotros le pedimos a él.
Diego del Moral Martínez
Foto: Rodney Smith
Comentarios
Publicar un comentario