Iba a escribir: “Viendo esta película, hubo un momento en que me dije…” Y no, en realidad lo que tengo que escribir es: “Viendo actuar a Sophia Lillis en esta película, hubo un momento −desde el primer momento, en realidad− en que me dije lo mismo que me dije la primera vez que vi a Giulietta Masina en Las noches de Cabiria: “¡Dios, la adoro!”
El caso es que esta preciosa película, aparentemente sencilla, que no parece ambicionar otra cosa que ofrecer al espectador una obra bien pensada y bien hecha, que le conmueva sin manipularle, da la impresión −me la da a mí, claro− de haber sido concebida para que destaque esta actriz pelirroja, pecosa y de nariz respingona que, dicho sea de paso, es la cara más bonita que he visto nunca en el cine. Y que me perdone Anna Karina. Aunque en algunos momentos me ha parecido ver aquella bellísima y melancólica mirada de ojos azules −que durante años solo conocí en blanco y negro−, en los azules y más risueños ojos de Lillis… Bueno, el caso es que ésta borda su papel. Como también lo hacen los otros dos actores protagonistas, Michael Cera y Hannah Gross −qué mujer tan atractiva−. Pero Sophia… ¡Oh!
Es la historia de tres hermanos que, desde la muerte de su madre, se han distanciado, no solo entre ellos, también de sí mismos, y que, aprovechando que por primera vez en varios años van a estar juntos, tratan de ponerse en claro.
Lo más original, la manera que han encontrado los hermanos para comunicarse lo incomunicable… Pero no os la destripo.
Si os he despertado el gusanillo, vedla.
Comentarios
Publicar un comentario