Impresionante vista de un paisaje
de Villanueva de la Reina –aparece enmarcada al fondo– contemplado desde la mina Salas de Galiarda.
No hace mucho, un grupo de amigos
hicimos una excursión para descubrir una mina de interés arqueológico con más
de 2000 años de antigüedad –Salas de Galiarda–. Su hallazgo y contemplación fue
un extraordinario motivo de alegría, pero lo que no sospechábamos que íbamos a
descubrir era un paisaje, inédito para nosotros, del valle existente entre las
cordilleras Bética y Penibética.
Durante toda mi vida, desde el
mirador del patio de mi casa en Villanueva de la Reina he podido disfrutar del bonito
panorama que ofrece el valle del Guadalquivir, pero ahora, observado dicho
valle desde el sitio opuesto, lo que se contempla es una vista grandiosa de la
misma realidad, espectáculo que produce una profunda
emoción que conduce, inexorablemente, a lo reverencial.
La experiencia vivida me lleva de
la emoción a la reflexión, y de esta a la física: dos resultados (paisajes)
distintos de una misma esencia. Metáfora que parece propia de la física
cuántica: tras la multiplicidad de las apariencias subyace la unidad de la
realidad, una realidad donde se funden el observador y lo observado.
–¿Producirá, la contemplación de
paisajes inmensos y bellísimos, como éste, la magnificación del alma? ¿Llegará algún día
en que el remedio a tantos desequilibrios psíquicos se produzca desde la admiración
espiritual de lugares tan grandiosos y encalmados como el que se disfruta desde
este lugar?
El placer que produce el turismo naturalista,
arqueológico, paisajístico, etc, puede ser muy superior al turismo urbano o
playero.
José Del Moral De la
Vega
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