“¿Qué era lo más importante? Pues que había gente capaz de destruir a la humanidad, gente loca y arrogante, y encima había que pedirles que no lo hicieran. Era necesario vencer a los enemigos de la vida. Que cada hombre examine su corazón. Por ejemplo, yo mismo, si no me sometiera a una gran transformación de mi corazón, no me fiaría de mí mismo si ocupase un cargo de autoridad. ¿Amo a la humanidad? ¿La amo lo bastante para no destrozarla si estuviera en posición de mandarla al infierno? Vistámonos todos con nuestros sudarios y marchemos sobre Washington y Moscú. Tendámonos en medio de los caminos los hombres, las mujeres y los niños y gritemos: ¡que continúe la vida; quizá no la merezcamos, pero que continúe!
En toda comunidad hay una clase de gente profundamente peligrosa para los demás. Y no me refiero a los criminales. Para ellos tenemos castigos. Me refiero a los dirigentes, a los jefes. Porque, invariablemente, la gente más peligrosa es la que trata de tener el poder en sus manos. Y mientras, hirviendo de indignación, los bien pensantes ciudadanos se retuercen el corazón porque nada pueden hacer para cambiar las cosas.”
Saul Bellow. Herzog (1964)
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