Rombos



¿Cómo iba a imaginar mi dulce y adorable abuela que sería ella la causante involuntaria de aquel loco amor por Hanna Schygulla? Su casa era el único lugar donde podía ver la tele hasta tarde, siempre que el programa no tuviera rombos, por supuesto; en tal caso no me quedaba otra que el odioso cine de las sábanas blancas, que nunca fueron blancas, sino estampadas, unos estampados maravillosos, de rameados y flores, en las que uno se deslizaba con un escalofrío… Fue allí donde, a través de la rendija de la puerta, ví por primera vez la Lili Marleen de Fassbinger, en la que Hanna Schygulla hace el papel protagonista; y desde aquella, pasé las noches de un año entero estrechando aquel delicioso fantasma, arrullados por esa canción de trincheras que daba nombre a la película. Ya no conservo la misma pasión por la Schygulla, pero nunca olvidaré esa melodía. Su sonsonete vuelve a menudo a mi cabeza, y cada vez con más frecuencia a medida que me he ido haciendo adulto, con libre acceso no ya a la tele del salón, sino a su substituta Internet; de manera que a veces tengo la extraña sensación de no haber salido nunca de aquellas sábanas inmaculadas, ni perdido aquella conciencia intranquila, ni dejado de mirar a través de una rendija… Ah, qué lejos quedan aquellas noches de televisión en casa de mi abuela. Sin embargo esa melodía me continúa asaltando, no ya desde mis recuerdos, sino ahora surgiendo de todas partes. Esté donde esté, vaya a donde vaya, a cada momento resuena cada vez más insistente, más turbadora, como prolongando aquel amoroso empeño por mantenernos en una eterna niñez, en la ilusión de un cuarto de los juguetes acogedor, seguro y confortable, a resguardo del mal que acecha fuera…


Texto: Diego

Comentarios

  1. Igriega Comunicación24 de mayo de 2011, 9:38

    Hola, soy Mery de Igriega Comunicación y me gustaría enviarte una información sobre street art.
    Si estas interesado, por favor contacta conmigo en: prensa@igriega.net

    Muchas Gracias

    ResponderEliminar
  2. Hola, Diego:

    Hay eventos en nuestra infancia que nos dejan marcados para siempre, yo aún recuerdo a una niña que vivía cerca de mi casa y que un día se marchó con su familia. Nunca más la he vuelto a ver.

    Tu relato es muy evocador y me ha traído el recuerdo de aquella vecinita.

    Abrazos.

    ResponderEliminar
  3. Gracias Rafael, me alegro de que mi entrada haya servido para evocarte buenos recuerdos.
    Un abrazo,
    Diego

    ResponderEliminar

Publicar un comentario