De Rolando Campos ahora sé un poco más. Cuando llegué a Sevilla lo único que conocía de él era esa deliciosa escultura de Mozart frente al Teatro de la Maestranza. Después seguí descubriendo obras suyas en exposiciones colectivas y fondos de galería. Me atraían, y quizá por eso nunca quise enterarme mucho de quién era su autor, que me representaba envuelto en el misterio. Oía hablar de él, veía algunas pocas obras suyas en exposiciones, pero nunca me quedó claro en qué plano de la realidad, o más bien, en qué lado de la vida se hallaba. Siempre me pareció estar confundiendo a dos autores, uno de ellos fallecido y del cual no podía recordar el nombre. Un año después de su muerte, me sorprendió escuchar, en la facultad de Bellas Artes, a dos profesores hablar de él como si hubieran estado juntos el día anterior. Era una extraña sugestión la que rodeaba su nombre. No hace mucho, en la galería Birimbao de Sevilla, me lo nombraban, y otra vez esa extraña impresión de continuidad, como si hubiera sido casualidad no habérmelo cruzado al entrar. Ahora que estaba seguro de que Rolando Campos ya no vive en este mundo, me encuentro con esta especie de blog póstumo… Y no sé qué pensar.
Texto: Diego
Muy buen post. Te felicito
ResponderEliminarMuchas gracias, Carla, con esos ánimos da gusto escribir. Y enhorabuena por la selección de tu cuento!
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