«En la ermita de Sta. Potenciana se presenta un muerto cada noche, y “La Gumersinda” y la mujer de Amador, brujas del lugar, dicen que ese muerto es el prior don Juan Acuña del Adarve, enterrado allí en 1650».
Va ya para cincuenta años que ése era el acontecimiento más importante de mi pueblo, suceso que acabó cuando el sacristán revisó el lugar de donde, cada noche, salían unos extraños bisbiseos, y descubrió un nido de lechuzas. No estuvieron muy inspiradas las brujas en aquella ocasión, porque después de que las aves desaparecieran, don Juan no se volvió a presentar. Pero si sirvió aquella patraña para hacer obras en la ermita, y con ellas se descubrió, en el sepulcro del prior, una piedra labrada con un águila, símbolo de San Juan y, debajo, tres resaltes semejantes a la silueta de tres pájaros volando.
Don Juan Acuña era catedrático de la Universidad de Baeza, y en dicha ciudad había amistado con un grupo de erasmistas surgido alrededor de Andrés de Vandelvira, alarife sospechoso de haber llenado de símbolos hebreos la fachada de El Salvador, en Úbeda. Bien por esta cuestión, o por otra que desconozco, don Juan fue separado discretamente de su cátedra y nombrado prior de la parroquial de Villanueva de Andúxar. Lo alejó aquel traslado de sus amistades peligrosas, pero no por ello decayeron sus inquietudes intelectuales, dedicándose con ímpetu a escribir obras de pensamiento, libros que editó en su propia casa, donde el impresor Juan Furgolla de la Cuesta instaló su taller. De aquellos libros sólo queda uno en la Universidad de Manila, adonde, por un sobrescrito que aparece en su primera página, lo llevó un jesuita, precisamente el mismo año en que murió don Pedro Calderón de la Barca. Se conserva la portada de otro, probablemente depurado por el Santo Oficio, y cuyo título es: «Libro de la sabiduría y camino a la felicidad. Tratado donde se demuestra, con metafísica de teólogo, que para la destrucción de toda potestad, paso primero en la obra de la Ciudad de Dios, es necesario que el saber, sin más límites que la razón, la moral y la belleza, pueda alcanzar a todos los hombres».
Tengo en la pantalla de mi ordenador la imagen de la piedra del sepulcro de don Juan, piedra que mi amigo Lorenzo de la Cruz pretende incluir en un catálogo con interés histórico: un prisma de piedra arenisca de color rojo que presenta en una de sus caras, en altorrelieve, un águila y, a sus pies, el perfil de tres aves que vinieran volando en un mismo plano horizontal, una junto a otra.
No parece extraño que el prior hiciera labrar el símbolo de San Juan en una piedra que iba a decorar su sepulcro, toda vez que éste era el santo con cuyo nombre fue acristianado, pero ¿qué significado pueden tener los tres resaltes a modo de aves volando?
–¡Qué casualidad! –exclamo al abrir INTERNET para hacer la primera consulta. –Los tres resaltes con forma de ave, como si de un símbolo cabalístico se tratara, coinciden con el acróstico de «world, wide, web»: www –gran telaraña mundial–, “abracadabra” que permite que el conocimiento vuele a la velocidad de la luz de unos hombres a otros.
Recuerdo ahora el título del libro de don Juan Acuña del Adarve y no puedo evitar preguntarme: «¿Estaremos llegando, de la mano de INTERNET, a esa “Ciudad de Dios” que anunció Agustín de Hipona, en el siglo IV?».
josé del moral de la vega
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