Escuela
de niñas en Villanueva de la Reina a principios del siglo XX.
A Miguel Peinado, por su generosidad,
y a Isabel Casado, que con su cuento nos ha transportado al tiempo ingenuo y
dulcísimo de la adolescencia.
Villanueva
de la Reina es un pequeño pueblo andaluz a orillas del Guadalquivir, un lugar donde se crearon las primeras escuelas a
comienzos del pasado siglo.
Por
aquellos tiempos, su población se podía clasificar muy fácilmente: una
pequeñísima parte eran labradores propietarios, otros pocos ejercían como
artesanos, y la mayoría trabajaban como jornaleros del campo. El nivel de
instrucción de su gente se correspondía bastante bien con las profesiones que
ejercían: solo algunas personas poseían un discreto nivel cultural, los
artesanos leían y escribían deficientemente y tenían escasos conocimientos de aritmética;
la mayoría de la población era analfabeta y, las mujeres, casi todas.
Hace
unos meses, en ese lugar, un escultor afamado, biznieto de aquellos antiguos
propietarios, decidió organizar un concurso literario y premiar la mejor
composición con una obra suya. El certamen ha sido todo un éxito, y una chica, biznieta
de aquellos villanoveros de hace cien años, ha compuesto un original
cuento que ha merecido el premio.
Ahora,
en el pueblo ya no hay mujeres analfabetas; ellas comparten con los hombres
todas las profesiones; la clase media es la predominante, y es significativo el
gran porcentaje de personas con título universitario. Todo un ejemplo del
milagro que ha producido la cultura desde la llegada de unos pocos maestros,
hace un siglo.
Gracias
a la cultura, el hombre puede pasar de la bestialidad a la civilización; pero
cuando ella consiste en una simple trasmisión de conocimientos su fruto es más
bien efímero y el progreso que produce es decorativo. Para que esta provoque
una auténtica metamorfosis del hombre es necesario que, además de la trasmisión
de conocimientos, además de una disposición esforzada para aprender, exista una
decisión generosa del que la da, que en clave cristiana se define como amor –“el
amor nos salva” es la esencia del mensaje de Cristo-. Es evidente que en la
metamorfosis de la gente de Villanueva durante estos cien años ha habido mucha
cultura impartida con generosidad, y este certamen ha sido un ejemplo de ello:
un cuentecico, pero real.
La
margarita es una flor con la que frecuentemente juegan los adolescentes cuando
se enamoran. Ella ha sido el elemento en que se apoya el argumento de la obra con
la que Isabel Casado ha ganado el I Concurso de Cuentos Miguel Peinado Blanco.
José Del Moral De la Vega
Así es, José, cuando se enseña con amor no sólo se transmiten conocimientos sino que se educan y se forman personas de bien, con buenos valores y principios morales.
ResponderEliminarLa historia de tu pueblo es parecida a la del mío, mis antepasados fueron labriegos o mineros. Por allá en los años cincuenta del siglo pasado se fundaron las primeras escuelas y ahora la gente es más culta y hay profesionales en diferentes áreas del conocimiento.
Cuando me recibí de ingeniero por allá en 1979, hubo fiesta en el pueblo, yo fui el primero de mi generación en obtener un titulo profesional, después muchos siguieron el ejemplo.
Un abrazo.
Es cierto, amigo Rafael, y me llamó mucho la atención de que en tu pueblo, como en el mío, los niños capturaran abejarrucos -insectos- para atarles un hilo, soltarles luego y verlos volar...¿Donde aprendieron unos y otros?
ResponderEliminarUn abrazo
Somos países hermanos, Juan, nuestras culturas tienen mucho en común a pesar de la distancia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Perdón, quise decir José, no Juan.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es cierto, Rafael.
ResponderEliminarUn abrazo